Fuente: El Mundo 24/11/2013 A VUELTA DE PÁGINA Autor: Francisco Rosell
Todo el poder para la zarina
NADA MÁS alcanzar el poder, sin aguardar siquiera a ver lo que depara
su gestión, Susana Díaz ya ha hecho suya la sentencia de Rafael Guerra
Guerrita cuando al maestro cordobés le preguntaron quién había sido el
mejor torero de su época: «Después de mí, naide y después de naide,
Fuentes» (por el sevillano Antonio Fuentes). Si ya confeccionó un
gobierno de perfectos desconocidos, cuyo denominador común era que se lo
debieran todo a ella y la superaran en edad para remarcar su lozanía,
la presidenta de la Junta ha hecho lo propio en el partido tras asumir
el mando absoluto en el congreso de exaltación de este fin de semana en
Granada. La emergente Estrella del Sur, erigida en zarina que acapara
todo el poder que la Revolución rusa reclamaba para los soviets, no
quiere a su lado a naide de relumbrón que descuelle y le pueda hacer
sombra.
Así, de un manotazo, ha separado de la ejecutiva a otro ambicioso
griñanini como es su amigo Mario Jiménez, superviviente con ella del
tridente que conformó Griñán como pretorio al heredar a Chaves, una vez
caído en desgracia Rafael Velasco por los negocios de su mujer con los
cursos de formación. Llamado a ser la voz andaluza en la Ejecutiva
Federal, Jiménez ha rodado escaleras abajo y ha retornado, como en el
juego de la oca, a la casilla de portavoz parlamentario. Cuña de igual
madera, debía saber cómo las gasta quien ha vivido de la intriga como
él. No iba a tolerar que buscara ser su par, al modo del tándem
González-Guerra, cuando no iguala ni de lejos a Fuentes, el matador que,
según Guerrita, iba detrás de naide. Si se descuida, lo manda para
Huelva en el primer autobús de línea.
La zarina no precisa haberse leído página alguna de El Príncipe para
hacer suyo aquello de que «es más seguro ser temido que amado» porque
«los hombres tienen menos cuidado en ofender a uno que se haga amar que a
uno que se haga temer». Claro que ello debe hacerse, como aconseja
Maquiavelo, evitando el odio, esto es, sin perder la sonrisa ni la
cercanía. A este fin, ella profesa el método Bono con el adiestramiento
de su maestro de esgrima y jefe de gabinete, Máximo Díaz-Cano, paisano
del expresidente manchego, tan ducho en engatusar lugareños como en
tender celadas al adversario del tipo del caso del lino. Sus víctimas no
olvidan aquel embolado, en complicidad con el juez Garzón, sobre
supuestas ayudas irregulares y desvío de fondos en favor de altos cargos
del PP, entre ellos la ministra Loyola de Palacio, que quedó en nada,
pero al PSOE le hizo su buen apaño.
Deshaciéndose de quien se interpone en su camino, como hace desde que
ingresó en las Juventudes Socialistas, Díaz hace suya la premisa de la
diplomacia británica desde que, a mediados del XIX, la puso en boga Lord
Palmerston: No tener amigos ni enemigos permanentes, sino intereses
permanentes. Así, en mucho menos de los diez años largos que le costó
licenciarse en Derecho a base de trompicones y con ayuda de profesores
amigos de la causa, Díaz se ha apoderado de la Junta y dicta la suerte
del PSOE andaluz, además de erigirse en dominadora del socialismo hasta
el punto de que algunos ponen los ojos en ella como aspirante a La
Moncloa.
Al adquirir una popularidad tan rauda como la de la otra princesa del
pueblo de la factoría televisiva de Berlusconi, su meteórica carrera
prueba la desvertebración de una España en la que, sin haber demostrado
aún nada, salvo un par de verónicas en el redondel de la Plaza de las
Ventas, ni haber ganado elección alguna, una novata puede alcanzar las
más altas cotas sin ningún impedimento como Zapatero que pasó del
anonimato como silente diputado al cielo. Cuando pase la romería del
Congreso, con los hermanos mayores de las hermandades socialistas de
toda España haciendo su presentación ante la Estrella del Sur, habrá que
ver si es una burbuja fruto de un estado de exaltación pasajera o cuaja
precipitando la refundación del PSOE.
Estos episodios asombrosos sólo acontecen en periodos constituyentes o
de ruptura de régimen en los que hay que improvisar una nueva clase
política, pero clama al cielo que, al cabo de casi cuarenta años de
democracia, los espontáneos sigan abriéndose paso de modo tan pasmoso.
El sorprendente caso de Díaz verifica que, por estos pagos, no hay
ascensor social más veloz que la política. A estos efectos, resulta
ilustrativo un pasaje de Los viajes de Gulliver, la sátira de Jonathan
Swift que algunos reducen a lectura infantil: «Su Majestad no entendía
que tanta gente ansiara formar parte del Parlamento, cuando el puesto
ocasiona tantas molestias a cambio de una magra remuneración. Sospechaba
que tan exaltada virtud y tan enorme espíritu cívico podrían no ser tan
sinceros, y que algunos parlamentarios abrigasen el propósito de
resarcirse de gastos y fatigas sacrificando la conveniencia pública...».
En efecto, como la actividad pública supone una merma salarial para los
mejor preparados, pero una sustanciosa paga para aquéllos otros de baja
cualificación, sólo atrae a los menos capaces, cuando no a gente de
dudosa honradez, declinando de la política los más competentes y
honrados, de modo que los buenos políticos son desplazados por los malos
como la moneda auténtica lo es por la falsa. Ello origina una selección
adversa que avería un sistema en manos de castas que no viven «para» la
política sino «de» la política, según la clásica distinción de Max
Weber, y que se afanan en extraer rentas y en sostenerse en el machito.
A diferencia de la Transición, cuando Suárez fue presidente por
sorpresa y quienes creían que serían ellos los que dirigían el cambio se
negaron a engrosar su gabinete, lo que le forzó a recurrir a políticos
de tercera -vistos con perspectiva, hoy serían lumbreras- para alumbrar
lo que se llamó Gobierno de penenes, en alusión a los profesores no
numerarios sin plaza fija, Díaz evita reclutar, sin ese pie forzado, a
quien pueda eclipsarla, privando a los andaluces de la contribución de
los mejores y más preparados. Justo lo contrario de Lincoln, quien
incorporó a sus tres rivales en la convención republicana de 1860, o
recientemente de Obama con Hillary Clinton. Algo de lo que ha sido
incapaz Díaz con su rival en las frustradas primarias, el exconsejero
Planas. Acompañarse de los mejores imprime seguridad, liderazgo y
grandeza.
Sobre ese fuste torcido, no cabe esperanza de que se registren
cambios profundos en el régimen andaluz que, mediante simple cosmética,
busca emprender un nuevo ciclo. Es legítimo que la zarina quiera
personificar el cambio siempre que no sea mero recambio mediante ardides
como aquellas aldeas Potemkin con las que, según la leyenda, el amante y
valido de Catalina la Grande se sirvió para ocultar a la zarina,
mediante fachadas pintadas, la realidad de la Crimea recién conquistada.
Ello entrañaría que todo prosiga igual con un PSOE tras la huella de un
PRI mexicano que, al menos, ha estado dos sexenios fuera de la
Residencia Presidencial de los Pinos hasta que sus bebesaurios han
retomado las más de siete décadas de Gobierno encomendados a quienes,
por su ranciedad, se simbolizó como dinosaurios, lo que inspiró el
glorioso microrrelato de Monterroso: «Cuando despertó, el dinosaurio
todavía estaba allí». Sólo en el estado febril en el que Rubalcaba
verbalizó su arenga en la última Conferencia del PSOE se alcanza que
alentara a los suyos con que «el PSOE ha vuelto» cuando nunca se fue
como nunca se fue el eterno PRI.
No hay comentarios:
Publicar un comentario