Fuente: El Mundo 21/03/2014 A DISTANCIA Autor: Alfonso Lazo
Crímenes del cristianismo
INSTITUCIÓN INTOCABLE, llama un crítico de cine a la Iglesia católica
comentando la película Philomena, por otro lado excelente. ¿Qué querrá
este buen hombre? Seguramente que ahorquen al Papa en la plaza de San
Pedro para ejemplo universal. Porque en España, al margen de los
partidos políticos, no existe institución más vilipendiada, criticada,
calumniada, convertida en caricatura y puesta en la picota que la
Iglesia: un cura le mete mano a un monaguillo en las antípodas, y
nuestras televisiones se llevan cuatro meses hablando del asunto. Aquí
no hay cineasta, ni intelectual de medio pelo, ni artista plástico de
vanguardia que no busque escandalizar con los crímenes del cristianismo,
obviando, va de suyo, las matanzas de las que rebosa la Historia de
todos los pueblos y tribus del mundo. A no tardar mucho, pienso, los
partidarios de que la Junta expropie la mezquita de Córdoba (¿para
cuándo la expropiación de la Giralda?) nos hablarán del supuesto
genocidio de musulmanes que llevaron a cabo Fernando III (¡el santo!) y
los Reyes Católicos; pues crímenes, desde luego hubo.
Leo la Historia de los francos de Gregorio de Tours, por primera vez
traducida del latín al español en una cuidada edición de la Universidad
de Extremadura. Es el retrato directo y fiel del comienzo de la barbarie
en Europa después del hundimiento de Roma y de la civilización
grecolatina. Los obispos del siglo VI que aparecen en la obra son
salvajes, codiciosos, lujurioso, propietarios de inmensas fincas
trabajadas por esclavos. Situación propicia, se comprende, para hablar
con justeza de los crímenes del clero. Pero Gregorio y sus colegas del
episcopado no podían ser sino bárbaros, como lo era la sociedad entera
desde el rey al último de los siervos. Con una diferencia: la clerecía
estaba salvando lo poco que quedaba de la cultura clásica. Un estudioso
serio de hoy debería huir como de la peste de la tentación del
presentismo que juzga el pasado con los valores del presente. Los
historiadores rigurosos recurren a los métodos seguros de la «Historia
cuantitativa» y de la «Historia comparativa»; o sea, enumerar y
comparar: enumeremos los crímenes de la Iglesia, sí, pero comparemos
también con otros crímenes, porque no es de recibo condenar las cruzadas
y silenciar la expansión guerrera del islam.
Hablemos por ejemplo de la Inquisición española y de sus víctimas.
Para informarme recurro entonces a mis amigos especialistas en los
siglos XVI, XVII y XVIII. Me dicen que, como mucho, en esos trescientos
años las condenas a muerte del Santo Oficio andarían en torno a las seis
mil, entre herejes, judíos conversos sospechosos de judaizar y alguna
que otra bruja. Una barbaridad, cierto; aunque qué decir de los 80
millones de asesinados por el comunismo en setenta años. Comparación que
no cabe limitarla sólo a los números, porque los últimos papas (Juan
Pablo II, Ratzinger, Francisco) han pedido mil veces perdón por los
pecados de la Iglesia, mientras aún estamos esperando de Diego Valderas
(ocurrente inventor de la Memoria Democrática) alguna disculpa por los
crímenes históricos del comunismo en el mundo, incluida Andalucía
durante la guerra civil. Diferencias entre el trabajo del historiador y
la propaganda sectaria.
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