Mendrugo y cerrojo
LOS JÓVENES comunistas de siempre... Cambian el peinado o la
bicicleta, pero son el mismo afilador de toda la vida, antiguo como los
aguadores. El problema es que, vistan de Bon Jovi, de señora palestina o
de Comic-Con, aún no han definido cómo sería un comunismo democrático,
si acaso lo conciben. Por eso los conocemos más por sus enemigos (el
capital con su sarro de oro y pobres, Botín como la bruja Avería, ese
Tío Sam entre hipnotizador y hombre bala...), y también por unos mantras
que no dejan de ser bocados al aire, tan vagos como comunes e
interpretables (igualdad, justicia social...). Alberto Garzón reconocía
ayer aquí que su modelo no era la URSS de cosmonautas pordioseros ni la
Corea del Norte de insectos humanos, pero no decía más de su
alternativa, cuántos pelos cogía de Marx, Castro o Chávez para hacerse
la peluca que vende. En Andalucía, IU se mueve entre el cicloturismo
guerrillero y el colaboracionismo poético con este PSOE tan corrompido
como folclórico. Maíllo parece buena gente pero tampoco sabemos si
quiere hacer franquicias de Marinaleda, abanicos para Susana Díaz o
discos republicanos como de La Argentinita. No sabemos de su modelo de
sociedad más que esa macedonia de historia, fetiches, estribillos y
barbas. Los de Podemos son casi idénticos, aunque con más apego por la
improvisación bongosera que por los antiguos evangelios revolucionarios.
Hay palabras que no bastan por sí mismas sin su desarrollo, cómos y peros. Democracia es una, y muy importante. La de Atenas tenía esclavos. Muchas dictaduras se han puesto irónicamente ese apellido o bigote. En las asambleas de esquina o polideportivo suelen vencer el grito y el miedo a que la mano alzada te marque. Son tristemente compatibles las elecciones y la ausencia de Estado de Derecho, y las mayorías pueden ser tiránicas si no se respetan las libertades individuales. La izquierda se engola con palabras como igualdad o justicia, pero olvidan la libertad. «Pan, techo y trabajo», pedían hace poco. Los esclavos tenían eso. No debería bastarnos. Tampoco la partitocracia actual. Y para decirlo no hace falta sobradismo callejero.
Conviene mirar tras las palabras logotipo, y en la izquierda aún asoman demasiados fantasmas totalitarios. A cuenta de la reciente guerra de banderas sotana o mortaja y su republicanismo macetero, conversé por Twitter con un miembro de IU, cargo en un ayuntamiento catalán, orgulloso de la tricolor de su despacho. Yo le decía que el espacio público, que es común, no puede tener ideología (eso es «res publica»). Él me replicó que «tiene la ideología que emana de la soberanía popular». Ahí estaba el fantasma: la legitimación de una ideología de Estado. Ni siquiera se daba cuenta de las contradicciones que acarreaba esa afirmación, que justificaría igual una religión de Estado (ellos, tan laicos), y hasta que TVE o Canal Sur sean órganos de propaganda de los gobiernos. Jóvenes o viejos con las mismas garrotas y aporías... Y el mismo repelús. Ese antiguo frío suyo de mendrugo y cerrojo.
Hay palabras que no bastan por sí mismas sin su desarrollo, cómos y peros. Democracia es una, y muy importante. La de Atenas tenía esclavos. Muchas dictaduras se han puesto irónicamente ese apellido o bigote. En las asambleas de esquina o polideportivo suelen vencer el grito y el miedo a que la mano alzada te marque. Son tristemente compatibles las elecciones y la ausencia de Estado de Derecho, y las mayorías pueden ser tiránicas si no se respetan las libertades individuales. La izquierda se engola con palabras como igualdad o justicia, pero olvidan la libertad. «Pan, techo y trabajo», pedían hace poco. Los esclavos tenían eso. No debería bastarnos. Tampoco la partitocracia actual. Y para decirlo no hace falta sobradismo callejero.
Conviene mirar tras las palabras logotipo, y en la izquierda aún asoman demasiados fantasmas totalitarios. A cuenta de la reciente guerra de banderas sotana o mortaja y su republicanismo macetero, conversé por Twitter con un miembro de IU, cargo en un ayuntamiento catalán, orgulloso de la tricolor de su despacho. Yo le decía que el espacio público, que es común, no puede tener ideología (eso es «res publica»). Él me replicó que «tiene la ideología que emana de la soberanía popular». Ahí estaba el fantasma: la legitimación de una ideología de Estado. Ni siquiera se daba cuenta de las contradicciones que acarreaba esa afirmación, que justificaría igual una religión de Estado (ellos, tan laicos), y hasta que TVE o Canal Sur sean órganos de propaganda de los gobiernos. Jóvenes o viejos con las mismas garrotas y aporías... Y el mismo repelús. Ese antiguo frío suyo de mendrugo y cerrojo.
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