martes, 28 de mayo de 2013

Los itinerarios de la libertad de palabra

Santiago Muñoz Machado, que sabe mucho de leyes, recordó ayer que el derecho a la libertad de expresión, a la que consagró su discurso de ingreso en la Real Academia Española (RAE), Los itinerarios de la libertad de palabra,tiene un pasado tan corto que se cuenta por décadas. 

Muñoz Machado nació en Pozoblanco, Córdoba en 1949 es catedrático de Derecho Administrativo de la Universidad Complutense y académico de número de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, está considerado como el gran renovador del Derecho Público, Constitucional y Administrativo, en España. Su obra tiene una gran influencia en Europa e Iberoamérica. Trabajó en la época de Adolfo Suárez, desde la sala de máquinas de Presidencia del Gobierno en los cambios jurídicos que precisaba el nuevo Estado democrático y descentralizado. Con 30 años obtuvo la cátedra de Derecho Administrativo en la Facultad de Derecho de la Universidad de Valencia; después la ganaría en Alcalá de Henares (1982) y Complutense (1994), en cuya Facultad de Derecho sigue impartiendo docencia.
Como jurista de reconocido prestigio internacional es, además, miembro de la Academia Nacional de Derecho y Ciencias Sociales de Buenos Aires y miembro de la International Academy of Comparative Law. Doctor Honoris Causa por la Universidad de Valencia
Es autor de más de 30 libros que abordan los problemas del Derecho Público, la Constitución, el Estado, la Comunidad Europea... y  desde el pasado día 26 ocupa la silla «r» de la Real Academia Española (RAE), vacante desde el fallecimiento de Antonio Mingote.

Hay mucho que destacar en su discurso de ingreso y el por que de su discurso.
"Las palabras no siempre fueron libres. En momentos y lugares, aún no lo son. Que la expresión irrumpa sin trabas ni siquiera es una vieja tradición en la vieja Europa".
“Tenemos la ideología común de la libertad de palabra como si fuera de toda la vida y solo la hemos estrenado a finales del siglo XX”.
“Es importante recordarlo para no banalizar una conquista que ha costado varias centurias y, sobre todo, para no distraerse ante cualquier nueva amenaza”.

El jurista glosó la figura de su antecesor en el sillón “r” minúscula, Antonio Mingote, como mucho más que un humorista (“tenía la introspección del pensador y la manera de trabajar del editorialista”) y un hombre marcado por la tolerancia, como ilustra una cita del fallecido dibujante de Abc: “Mi corazón está con mucha gente de la derecha, que es simpática y generosa, y mi pensamiento con mucha gente de la izquierda, que tiene razón”. Y también fue la tolerancia reivindicada por algunos pensadores del siglo XVI el motor que removió el statu quo de aquellos días donde la intransigencia —religiosa, científica, política— gobernaba desde la hoguera. “Matar a un hombre no es defender una doctrina, es matar a un hombre”, proclamó Sebastián Castellio contra el fanatismo de Calvino, que achicharró a Miguel Servet y a sus libros el 27 de octubre de 1553 a las puertas de Ginebra. Otros pensadores, entre ellos Spinoza, Locke o Milton, se sumarían en el futuro a esta corriente aperturista que acabaría rompiendo corsés a lo largo de los siglos hasta que en EE UU le dieron la última vuelta de tuerca en 1964 con una sentencia del Supremo que defendió “la libertad de palabra como una proyección del principio democrático”, expuso el nuevo académico, que recibió respuesta de José Manuel Sánchez Ron, uno de los tres avalistas de su candidatura, ante la presencia de los ministros José Ignacio Wert y Ana Mato. Ante los desafíos actuales, ya sean los “discursos del odio” en la calle o la bulimia expresiva de Internet, el jurista propone la misma receta que sus clásicos: “Las palabras solo se contrapesan con más palabras y los discursos con más discursos”.
No olvidó Santiago Muñoz Machado a los juristas que le precedieron en la RAE. El primer discurso leído en la Academia en 1847 fue el de Alejandro Oliván, considerado uno de los padres del Derecho Administrativo español. Y a Muñoz Machado le consideran el gran renovador del Derecho Público, tras una larga trayectoria académica —logró la cátedra a los 30 años— e investigadora, con una treintena de publicaciones. Pero al nuevo académico le apasiona la historia. Uno de sus últimos libros es Sepúlveda, cronista del emperador, donde rescata de un olvido de 500 años la figura del contradictor de Bartolomé de las Casas. “Se le conocía como el malo de la película y el ideólogo de la mano de hierro del emperador, pero hay otros aspectos notables, como que fue el mayor traductor de Aristóteles del siglo, preceptor de Felipe II, consejero de los papas y uno de los grandes renacentistas que polemizó con Lutero”, observa el biógrafo. Tal vez sea la inclinación histórica la que le ayude a elegir una buena palabra con “r”: revolución. Confiesa que le gustan los cambios bruscos de las cosas que no funcionan.

Discurso completo: Los itinerarios de la libertad de palabra.

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