Fuente: Diario El Mundo. Autor: Arcadi Espada
Me he interesado mucho en las etimologías y moralidades del escrache,
dado que ésta es la semana que conmemora el escrache más famoso de la
historia, es decir el llamado vía crucis de Cristo. A partir de un
excelente artículo de la wikipedia he ido metiéndome en el asunto,
incluso con escreix, que decimos aquí desde donde escribo. Lo
primero, luminoso, es esta cadena que empieza en el genovés scraccé, que
es «retrato de la cara». Por sinécdoque tal vez se fuese a cara y en
lunfardo a ese verso de Rivero de El Chamuyo, tango:
«O se firma con un feite en el escrache», siendo feite tajo, y
entendiéndose fácilmente que al escracharte te hacen un retrato, es
decir, te rompen la cara. La etimología da pocas salidas distintas,
porque si se implicara al italiano scaracio el resultado sería «echar un
sipiajo».
La moralidad moderna del escrache, y su formalización patota
(turba, ¡de derechas!, empeñada en algún objetivo vandálico), data de
1995, cuando Carlos Menem indultó a varios criminales argentinos y la
masa enfurecida iba hasta sus domicilios y organizaba una gran variedad
de ceremonias que buscaban acorralar al indultado y señalarlo ante sus
vecinos. Pero algunos textos de Carlos Balmaceda y Fabricio Moschettoni
me llevan a pensar en muchos otros tipos de señalamiento. Porque señalar
es la palabra clave. Es decir, sacar a alguien de su casa, moral o
físicamente. Dejar las puertas abiertas, inermes. Y al hombre en cueros,
en el centro del círculo: este es.
He pensado, cómo no, en el gran escrache nazi, perfectamente
materializado en la estrella amarilla. Y en sus otros colorines, siempre
tan taxonómicos: rosa para los homosexuales, marrón para los gitanos,
negro para las putas. He pensado en el aceite de ricino, la bebida del
escrache franquista, que se daba a los rojos para que purgaran. Y quizá
el que yo prefiero, por estético, el escrache de pelo: esas pelonas
colaboracionistas que hacían andar a trompicones por las calles de
Francia porque se habían acostado con oficiales alemanes. Alude, por
último, Balmaceda a Las Brujas de Salem, el escrache esotérico, y yo me acuerdo de La Jauría Humana, el escrache western del enorme Brando.
Me dijeron ayer en la radio: «¿Está usted comparando el escrache con
el terrorismo?» Tuve que defenderme: «¡No, no lo comparo! El escrache es
terrorismo».
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