viernes, 15 de abril de 2011

Memoria Histórica II República

 Ayer hizo ochenta años de la proclamación por la fuerza de la II República en España, eso según sus "defensores" trajo la "democracia y la libertad" y para ello había que acabar con todo lo fuera católico.
Hoy se ha prohibido la "procesión" laicista de provocación que querían hacer en Madrid el Jueves Santo, por estos hechos he copiado del blog de un coriano (http://palabrasdepasion.blogspot.comescrito 2008 este articulo que me parece muy interesante por las fechas que estamos:

14 de Abril de 1931: Proclamación de la II República y Comienzo de la Persecución Religiosa y Cofrade

Cuando se habla de la persecución religiosa que sufrió la Iglesia católica en toda España, cabe señalar dos etapas: la acaecida desde el mes de mayo de 1931 -justo al mes de ser proclamada la II República-, con la quema de iglesias y conventos, hasta el 18 de julio de 1936, y desde ésta fecha hasta el 31 de marzo de 1939, durante el tiempo que duró la guerra civil, en la zona roja, omitiendo y prescindiendo de las acciones represivas de tipo político y social habidas tanto en zona roja como en la nacional, ya que estas no tuvieron carácter antirreligioso, aunque estas acciones pusieron en evidencia la violencia de la lucha fratricida.

Tampoco se puede aludir a las víctimas registradas en operaciones militares ni a los asesinados por motivos políticos, y sí a los obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas, seminaristas, hombres y mujeres de Acción Católica y otros seglares que entregaron sus vidas por amor a Dios.


La II República española llegó al poder el 14 de abril de 1931, tras unas “curiosas” votaciones. El domingo 12 de abril tuvieron efecto unas elecciones municipales, es decir, de carácter administrativo, que dieron por resultado 22.150 concejales monárquicos, contra 5.775 de los partidos adversarios de la Monarquía, coaligados. El domingo anterior, el 5 de abril, habían sido proclamados en virtud del artículo 29, es decir, sin lucha, 14.018 monárquicos y 1.832 antimonárquicos. Sin embargo, republicanos y socialistas, vencedores en la mayoría de las capitales, en una nota publicada al día siguiente, atribuían a las elecciones “valor de plebiscito, desfavorable a la Monarquía y favorable a la República”, en el que habían colaborado “todas las clases sociales del país y todas las profesiones”. Estimaban llegada la hora de que “las instituciones más altas del Estado, los órganos oficiales del Gobierno y los institutos armados se sometieran a la voluntad nacional”, pues, en caso contrario, “declinarían ante el país y la opinión internacional la responsabilidad de cuanto inevitablemente habrá de acontecer”.

Aunque los datos oficiales, fueron favorables a los concejales monárquicos, en aquella época los votos de las ciudades eran los que decidían y éstas habían votado mayoritariamente por la República.

Era el principio de la República del horror y del crimen ...






Resulta verdaderamente clarificador y relevante el conocer una serie de opiniones y frases que tuvieron lugar durante el trágico período comprendido entre 1931 y 1939.


Al ser preguntado el Presidente de la Generalidad de Cataluña, Lluís Companys, a finales de Agosto de 1936, por una periodista de L’Oeuvre sobre la posibilidad de reanudar el culto católico, respondió:

"¡Oh!, este problema no se plantea siquiera, porque todas las iglesias han sido destruidas”.

El tristemente conocido diario socialista-anarquista, Solidaridad Obrera, el 15 de Agosto de 1936, incitaba en estos términos:


“Hay que extirpar a esa gente. La Iglesia a de ser arrancada de cuajo de nuestro suelo”,


y en el número correspondiente al 25 de Mayo de 1937, publicaba lo siguiente:


“¿Qué quiere decir restablecer la libertad de cultos? ¿Qué se puede volver a decir misa? Por lo que respecta a Barcelona y Madrid, no sabemos dónde se podrá hacer esta clase de pantomimas. No hay un templo en pie ni un altar donde colocar un cáliz... Tampoco creemos que haya muchos curas por este lado... capaces de esta misión”.


En la Comisaría de Policía de Bilbao fue hallado un documento con los sellos de la CNT y de la FAI, fechado en Gijón en Octubre de 1936, en el que se decía textualmente:


“Al portador de este salvoconducto no puede ocupársele en ningún otro servicio, porque está empleado en la destrucción de iglesias”.


Un testimonio muy elocuente es el que dio Manuel de Irujo Ollo, dirigente del Partido Nacionalista Vasco, ministro sin cartera (septiembre 1936-mayo 1937) en los dos Gobiernos de Largo Caballero, y ministro de Justicia en el gabinete de Negrín (18 de mayo de 1937), que en una reunión del gobierno celebrada en Valencia el 9 de Enero de 1937, presentó el siguiente Memorándum sobre la persecución religiosa:


“La situación de hecho de la Iglesia, a partir de julio pasado, en todo el territorio leal, excepto el vasco, es la siguiente: 


a) Todos los altares, imágenes y objetos de culto, salvo muy contadas excepciones, han sido destruidos, los más con vilipendio.


b) Todas las iglesias se han cerrado al culto, el cual ha quedado total y absolutamente suspendido. 


c) Una gran parte de los templos, en Cataluña con carácter de normalidad, se incendiaron.


d) Los parques y organismos oficiales recibieron campanas, cálices, custodias, candelabros y otros objetos de culto, los han fundido y aun han aprovechado para la guerra o para fines industriales sus materiales


e) En las iglesias han sido instalados depósitos de todas clases, mercados, garajes, cuadras, cuarteles, refugios y otros modos de ocupación diversos, llevando a cabo –los organismos oficiales los han ocupado- en su edificación obras de carácter permanente. 


f) Todos los conventos han sido desalojados y suspendida la vida religiosa en los mismos. Sus edificios, objetos de culto y bienes de todas clases fueron incendiados, saqueados, ocupados y derruidos. 


g) Sacerdotes y religiosos han sido detenidos, sometidos a prisión y fusilados sin formación de causa por miles, hechos que, si bien amenguados, continúan aún, no tan sólo en la población rural, donde se les ha dado caza y muerte de modo salvaje, sino en las poblaciones. Madrid y Barcelona y las restantes grandes ciudades suman por cientos los presos en sus cárceles sin otra causa conocida que su carácter de sacerdote o religioso. 

h) Se ha llegado a la prohibición absoluta de retención privada de imágenes y objetos de culto. La policía que practica registros domiciliarios, buceando en el interior de las habitaciones, de vida íntima personal o familiar, destruye con escarnio y violencia imágenes, estampas, libros religiosos y cuanto con el culto se relaciona o lo recuerda”. 

Este Memorándum demuestra claramente que es históricamente falso afirmar, como muchos autores siguen sosteniendo, que los asesinos eran grupos de incontrolados, ya que las masas más violentas que desencadenaron la ofensiva contra la Iglesia en el año 1936, nacieron, crecieron y se formaron amparados por la República, instigados por el anticlericalismo fomentado desde el Gobierno y envalentonados desde la victoria, el 16 de febrero de 1936, del Frente Popular.

La alegría y el bullicio de las primeras horas de la tarde del 14 de abril de 1931, se convirtió en un alboroto enloquecedor, que se levantaba a la vez en todas partes de España. En el principio, la República fue júbilo inconsciente. El pueblo se encontró dueño absoluto de la calle.


Pero esta euforia y alborozo duró escasamente un mes, ya que el 11 de Mayo de 1931, en España, en Sevilla (y por supuesto en Coria del Río), comenzaba la quema de conventos, iglesias, imágenes devocionales, de devotos y de clérigos. La peligrosa situación provocó que la hermandad del Gran Poder desistiera de celebrar su quinto Centenario de su fundación, que había preparado con un fastuoso programa. Ya de sobras es conocida, fue la salida de La Estrella en el año 32, tildada de “Valiente”. La portada de ABC de Sevilla del 12 de Abril narraba en una impactante foto la destrucción por un incendio provocado, de la iglesia de San Julián el día 8, las llamas se llevaron a la Virgen de la Hiniesta y al cristo de la Buena Muerte, los convirtieron en trozos de carbón cuya visión, en imágenes para guardar en la memoria “hitérica”, continua causando dolor.




De barrio a barrio

San Gil, San Román, San Marcos, Santa Marina, Omnium Sanctorum… así como San Roque, y sufrieron saqueos y destrozos, entre otros, las iglesias de La O y San Bernardo, la capilla de Montesión, y los conventos de las Mercedarias y las Salesas.


Iglesia de Santa Marina

Iglesia Omnium Sanctorum

Parroquia de San Gil


En la plaza de San Marcos, donde los rojos instalaron su Comité de ejecución, incendiaron la Iglesia del mismo nombre destrozaron todas la imágenes. Allí ardió la nueva Hiniesta Dolorosa por segunda vez, que había reemplazado a la antigua Hiniesta también quemada por los republicanos en el demoledor incendio de San Julián de Abril de 1932.


En San Román, perecieron las imágenes de la Hermandad de los Gitanos, Nuestro Padre Jesús de la Salud y la Virgen de las Angustia, dejando sin titulares a los Gitanos. Entre carreras, gritos y tiroteos, también ardía San Gil, por los cuatro costados, que perdió todo, menos, afortunadamente, a la Macarena. Ella, la Señora de Sevilla, permanecía protegida en la calle Orfila en un cajón de madera en la casa de Antonio Román Villa, donde fue llevada en el más absoluto silencio y secreto y tras dar varias vueltas a la ciudad en una furgoneta. La habitación se convirtió en un oratorio, en el que, ente humilde y tosca madera, flores blancas y velones, la Macarena mostraba su faz más triste. También la Amargura se vio confinada en una caja de madera. los titulares de la Hermandad habían sido ocultados, a finales deAbril, por los hermanos José y manuel Ortiz en una fábrica, propiedad del hermano Carlos González Campos, en la calle Marques de Paradas.


Nuestra Señora de la Esperanza Macarena y la Virgen de la Amargura
Ardía también, San Roque, donde desaparecían las imágenes. El fuego y el terror rojo llegaba también a Triana, la Esperanza de Triana , sufrió un tiroteo mientras la trasladaban al tejar de Joselito, en la calle Alfarería. La O, en la calle Castilla, donde aquella hermandad valiente cruzó por vez primera el puente de barcas para ir a la Catedral, vio como descabezaron a golpe al Nazareno y sacaron los ojos a la Dolorosa.

Al otro extremo de la ciudad, en San Bernardo, las imágenes del Cristo de la Salud y de la Virgen del refugio ardían en la Plazuela en una pira encendida con túnicas y coronada por la cabeza del Señor, con la que ya habían jugado a la pelota. Igual que hicieran en Coria del Río los rojos con la cabeza de la SOLEDAD. (sin comentarios). Los restos del salvajismo están conservados hoy en la casa de la hermandad, en una hurna, patéticos pedazos mutilados brazos del cristo, un fragmento de pierna, el dedo de un pie… testigos de madera que hoy recuerdan y gritan su indefensión.


En Coria del Río


En Coria también hubo terror rojo, movimientos republicanos que promovían (y aun hoy siguen promoviendo) el anticlero, la antiglesia, la antireligión, es decir, la antiSemanaSanta, porque aquí, también se quemaron imágenes, como la del Cristo Yacente, imagen titular de la hermandad de La Soledad, dicen que de una calidad excelente, después con escaso dinero debido al saqueo rojo, tuvieron que adquirir una imagen de baja calidad en pasta. También hubo mutilaciones, como la ya mencionada anteriormente de la Virgen de la Soledad, o el Cristo de Cerro arrojado por las escaleras de dicho templo. No voy a colgar algunas imágenes de estos hechos, por si alguien se molesta, pero existen imágenes en los libros de historia de la Soledad y el Cerro, como ejemplo, los escritos por Daniel Pineda Novo, historiador, que muestran la dureza del terror producida en nuestras imágenes devocionales.


"Paseíllo"con el botín de saqueos. Durante la II Republica se sucedieron los saqueos de iglesias y conventos. Por las calles era habitual toparse con exaltados grupos de anticlericales que exibían las imágenes robadas en los continus expolios. La fotografía muestra en el que uno de ellos pasea orgullosament una talla religiosa de la capillita de San José por el puente de Triana, en dirección a la plaza del Altozano, en Triana.


Este hostigamiento brutal, antidemocrático y sistemático, inclinó al grueso de la Iglesia al bando nacional, que salió en su defensa, frente al revolucionario empeñado en exterminarla. La república, nacida en principio como democracia liberal, sufrió desde muy pronto un proceso de derrumbe cada vez más agravado, en tres fases: una fase de desbordamiento, de origen sobre todo izquierdista, durante el primer bienio (quema de conventos, insurrecciones anarquistas, golpe de Sanjurjo desde el otro lado, fracaso de algunas reformas razonables, pero aplicadas con ineptitud y transformadas en pura demagogia…). Una segunda fase de asalto de las izquierdas y los separatistas al poder que las urnas les habían arrebatado en 1933 (intentos de golpe de estado por Azaña y los republicanos, preparativos de guerra civil en pro de un sistema soviético por parte del PSOE, movimientos de rebeldía de los nacionalistas catalanes y vascos), culminada con la insurrección de octubre del 34, que dejó 1.400 muertos en solo dos semanas y en 26 provincias. Y una tercera fase al volver al poder las izquierdas agrupadas en el Frente Popular, tras las elecciones anómalas y no democráticas de febrero de 1936, para desatar de inmediato un movimiento revolucionario desde la calle, con cientos de asesinatos, incendios, ocupación de fincas etc., más la liquidación por el gobierno de la legalidad republicana, antes concebida como una democracia liberal.


Este proceso arruinó la convivencia social en España, acabó de quitar toda ilegitimidad al gobierno de izquierdas y motivó la rebelión de las derechas, reanudándose la guerra civil. Importa subrayar que la rebelión de julio de 1936 no fue un pronunciamiento militar al estilo de los del siglo XIX y algunos del XX (la gran mayoría de ellos, contra un tópico común, tuvo carácter izquierdista, es decir, exaltado, progresista o republicano), sino una verdadera sublevación de una parte muy amplia del pueblo en torno a un sector del ejército. Y que no ocurrió frente a un gobierno legítimo y democrático, como siguen pretendiendo diversas propagandas, sino contra un gobierno despótico y un proceso revolucionario. No sería la democracia, como a menudo se pretende, sino la revolución, la que saldría derrotada.

Fueron, pues, las izquierdas y los separatistas quienes hundieron la ilegalidad republicana, aunque persistieran luego en llamarse republicanos, un artificio de propaganda para retener una legitimidad ficticia y obtener apoyo exterior (solo lo obtendrían de Stalin, que convirtió al Frente Popular en protectorado suyo). La ruina del ideal demoliberal dejó una pugna entre dos ideales dictatoriales, el totalitario de las izquierdas y el autoritario de las derechas. Este último, muy preferible para cualquier demócrata, ganó la contienda, mantuvo a España fuera de la guerra mundial y facilitó un importante desarrollo económico y la disolución de los viejos odios de la república, para dar paso, son el tiempo y de forma bastante normal, al actual sistema de libertades políticas. No me extenderé aquí sobre estos hechos, hoy suficientemente documentados.

El levantamiento derechista fracasó al principio y quedó en posición casi retaguardia, mientras que el Frente Popular, seguro de su victoria empleó el terror como aplicación de un programa de “limpieza” acariciado y preparado por su propaganda desde largo tiempo atrás.

La Iglesia perdió mucho terreno en la sociedad española durante aquellos decenios, como lo ha vuelto a perder ya desde antes de la transición democrática, y eso requerirá seguramente un análisis interno. Considero que la Iglesia tiene el mismo derecho a expresarse y organizarse que cualquier otra asociación, máxime teniendo en cuenta su extraordinaria relevancia en la historia y la cultura españolas. Y estoy convencido de que los ataques que ha venido sufriendo y que sufre hoy nuevamente, perjudican seriamente no solo a la Iglesia, sino a la democracia misma, a la estabilidad de la sociedad y a la integridad del país.

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