Libertad, libertad
Querido J:
Sabrás que el Gobierno catalán ha enviado una carta a los líderes de Gobierno europeos donde expone su punto de vista sobre el referéndum que quiere organizar el próximo noviembre en Cataluña y en la que les pide su ayuda para que ese referéndum pueda convocarse. La carta fue enviada hace un par de semanas y no se conoce todavía el contenido de ninguna respuesta ni los casos en los que la ha habido. Los comentarios en voz baja, extraoficiales, se mantienen en el lugar (común) habitual: se trata de un asunto interno español que la Unión Europea sólo puede abordar jurídicamente. Tal vez ha sido el presidente del Parlamento europeo, el alemán Martin Schulz, el que ha resumido mejor este punto de vista: «Me preocuparía si la reacción de la UE no fuera fría o puramente jurídica porque significaría que entra en el debate interno de un Estado miembro». Al contrario del socialdemócrata Schulz, lo que a mí me preocupa es que la reacción de Europa se limite a la cuestión jurídica.
No alcanzo a ver el propósito moral de la creación de España. Sólo
debes achacarlo a mi mala vista de lejos. Pero el propósito moral de la
Europa reconstruida a partir de 1945 está lo suficientemente cerca: la
unión política y el rechazo específico a que cualquier nación más o
menos autoproclamada deba convertirse inexorablemente en Estado. A
partir de 1945, Europa se construye contra su propio pasado de ruinas.
Es decir, contra el nacionalismo. El nacionalismo es el gran asunto
interno y letal de Europa: dos guerras y decenas de millones de muertos.
¿Cómo es posible entonces que las autoridades políticas europeas deban
mantenerse al margen de un discurso que agrede contra su propia
naturaleza? Ni una sola palabra, y ya no digamos una sola idea, del
soberanismo catalán es original. Todas han sido dichas desde hace
decenios hasta la náusea, extendiendo la náusea hasta sus consecuencias.
La schulzeuropa quiere evitar el debate político y la injerencia. Es
llamativa su tibieza moral y política ante el secesionismo de Mas y su constante beligerancia contra los llamados populismos, de Geert Wilders a Le Pen, pasando por Nigel Farage.
Sorprende que, desde un punto de vista interno, le preocupe el
euroescepticismo de esos partidos y no el euroescepticismo separatista.
¿Cree la schulzeuropa que el presidente Artur Mas y sus aliados están
utilizando algo distinto al más infecto de los populismos para conseguir
sus objetivos políticos? ¿Conoce don Schulz la tibieza moral con que,
hace pocos días, se refirió el presidente Mas a las ideas racistas de
uno de sus antecesores y también coronel del Ejército español, Francesc Macià?
¿Y cree, sobre todo, la schulzeuropa que la noticia de una Cataluña
independiente (con su obvio reguero de emuladores) es compatible con el
proceso de unificación europea? Que una Cataluña independiente sea
imposible dentro de Europa no es sólo una cuestión jurídica. No es que
no quepa dentro de los tratados europeos: es que no cabe dentro de la
moral europea. Una nación democrática, rica, autogobernada, que gestiona
sus rasgos diferenciales con libertad y poder, hasta el punto de que la
lengua catalana goza de una consideración social e institucional como
nunca conoció en su historia, y que por mero capricho identitario, es
decir, xenófobo, amenaza con romper un Estado, no es que no pueda formar
parte de Europa. Es que no lo merece. Ni 15 días ni 15 años después de
la secesión. No es su club.
El trato político homologado y convencionalmente jurídico que la
autoridad europea reserva a los separatistas catalanes, y sus
apelaciones a la no injerencia en los asuntos internos de los estados,
permite hacer alguna otra comparación interesante. Con motivo de la
visita del presidente Rajoy a Francia, su homólogo, François Hollande,
aludió también al asunto interno. Incluso alguien de su Gobierno tan
poco favorable a la presión nacionalista, el ministro del Interior, Manuel Valls,
sólo se atrevió a soltar una ambigua carcajada cuando le animaron a dar
su opinión sobre el secesionismo. Muchos menos escrúpulos tuvo, sin
embargo, la ministra de Derechos de las Mujeres del mismo Gobierno, Najat Vallaud-Belkacem,
cuando no sólo criticó en público la nueva Ley del Aborto española
(antes, por cierto, de que esa ley haya pasado por el Congreso), sino
que incluso le remitió una carta de crítica a su homóloga española, la
blanda señora Mato. No tengo que decirte, querido
amigo, lo bien que me parecen a mí semejantes injerencias. El derecho a
la intervención, ¡también intelectual!, es una de las grandes cosas de
nuestro mundo. Pero que la izquierda francesa se pronuncie contra el
antiabortismo español y eluda hacerlo contra el nacionalismo me parece
una muestra de doble rasero y una exhibición del estado cerebralmente
colapsado en que entran tantos gobernantes cuando se invoca ante ellos
la palabra libertad, sea (y sea dicho en modo absolutamente presunto) la
de las mujeres o la de los pueblos.
Pocos ejemplos habrá donde se cumpla tan a rajatabla y se exhiba de modo tan plástico el viejo dicho liberal, esmaltado por Mill, de que la libertad tuya acaba donde empieza la mía; pocos ejemplos como este viejo asunto de fronteras. Porque, al final, de todos los eufemismos, falacias y argumentarios grotescos, la hosca verdad asoma: la libertad de los pueblos es la libertad de levantar muros. Un melifluo atentado contra la libertad ante el que Europa debe aplicar la ley y ejercer la deslegitimación.
Sigue con salud.
A.
Sabrás que el Gobierno catalán ha enviado una carta a los líderes de Gobierno europeos donde expone su punto de vista sobre el referéndum que quiere organizar el próximo noviembre en Cataluña y en la que les pide su ayuda para que ese referéndum pueda convocarse. La carta fue enviada hace un par de semanas y no se conoce todavía el contenido de ninguna respuesta ni los casos en los que la ha habido. Los comentarios en voz baja, extraoficiales, se mantienen en el lugar (común) habitual: se trata de un asunto interno español que la Unión Europea sólo puede abordar jurídicamente. Tal vez ha sido el presidente del Parlamento europeo, el alemán Martin Schulz, el que ha resumido mejor este punto de vista: «Me preocuparía si la reacción de la UE no fuera fría o puramente jurídica porque significaría que entra en el debate interno de un Estado miembro». Al contrario del socialdemócrata Schulz, lo que a mí me preocupa es que la reacción de Europa se limite a la cuestión jurídica.
Pocos ejemplos habrá donde se cumpla tan a rajatabla y se exhiba de modo tan plástico el viejo dicho liberal, esmaltado por Mill, de que la libertad tuya acaba donde empieza la mía; pocos ejemplos como este viejo asunto de fronteras. Porque, al final, de todos los eufemismos, falacias y argumentarios grotescos, la hosca verdad asoma: la libertad de los pueblos es la libertad de levantar muros. Un melifluo atentado contra la libertad ante el que Europa debe aplicar la ley y ejercer la deslegitimación.
Sigue con salud.
A.
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