El cartero de Lizarra
El cartero de Lizarra siempre llama dos veces. La izquierda abertzale venía convocando multitudinaria manifestación por sus presos, siempre en Bilbao, siempre en el mes de enero, después de Reyes.
La última vez que el PNV secundó la manifestación de los presos fue en una tarde de aguacero de la que aún tengo el recuerdo, escribiría aproximadamamente César Vallejo. Debajo de un paraguas, los presidentes del PNV, Xabier Arzalluz, y Eusko Alkartasuna, Carlos Garaikoetxea, sellaron un pacto de hierro dulce, mano sobre mano con el portavoz de Euskal Herritarrok, Arnaldo Otegi, antes de Herri Batasuna, después de Batasuna, llamado a ser ahora jefe natural de Sortu cuando salga de la cárcel.
ETA había declarado su tregua el 16 de septiembre anterior y el acuerdo en la marcha por los presos del 9 de enero de 1999 tuvo su continuación el 19 de mayo siguiente, con el pacto de legislatura entre el PNV, EA y EH. ETA volvió a asesinar en enero de 2000 con el asesinato del teniente coronel Blanco, sin que Ibarretxe rompiera su acuerdo hasta un mes después, cuando ETA asesinó a Fernando Buesa y a su escolta.
Fue el auto del juez Velasco, titular del Juzgado Central número 6, el que precipitó la segunda llamada del cartero. El auto era irreprochable en su razonamiento jurídico: la prohibía, no por su objetivo, sino por estar convocada por una organización suspendida por el propio juez Velasco desde septiembre.
El PNV había criticado con dureza las últimas medidas, como la detención del frente de cárceles, aunque no está claro que no celebre, al igual que la izquierda abertzale, el apartamiento forzoso que supone la detención de Arantza Zulueta. Era sorprendente, la irritación del portavoz y consejero Erkoreka: «La prohibición no acallará una reivindicación mayoritaria», dijo Erkoreka, sin reparar en que era muy contradictorio que esa manifestación no era secundada por él, por su Gobierno, ni por su partido.
Ayer, en el hotel Carlton, de Bilbao, donde se formó el primer Gobierno vasco en octubre de 1936, el presidente del PNV, Andoni Ortuzar, viva expresión del desconcierto, comparecía en rueda de prensa (sin preguntas) junto a la izquierda abertzale. La vuelta del pacto de Lizarra, del 9 de enero del 99. Con una diferencia: entonces, EA tenía una relación parasitaria con el PNV. Hoy está con Sortu en sus coaliciones electorales. El cartero llama dos veces. La segunda como farsa, escribió poco más o menos Carlos Marx.
La última vez que el PNV secundó la manifestación de los presos fue en una tarde de aguacero de la que aún tengo el recuerdo, escribiría aproximadamamente César Vallejo. Debajo de un paraguas, los presidentes del PNV, Xabier Arzalluz, y Eusko Alkartasuna, Carlos Garaikoetxea, sellaron un pacto de hierro dulce, mano sobre mano con el portavoz de Euskal Herritarrok, Arnaldo Otegi, antes de Herri Batasuna, después de Batasuna, llamado a ser ahora jefe natural de Sortu cuando salga de la cárcel.
ETA había declarado su tregua el 16 de septiembre anterior y el acuerdo en la marcha por los presos del 9 de enero de 1999 tuvo su continuación el 19 de mayo siguiente, con el pacto de legislatura entre el PNV, EA y EH. ETA volvió a asesinar en enero de 2000 con el asesinato del teniente coronel Blanco, sin que Ibarretxe rompiera su acuerdo hasta un mes después, cuando ETA asesinó a Fernando Buesa y a su escolta.
Era sorprendente la irritación de Erkoreka: «La prohibición no acallará la reivindicación»
No ha vuelto a haber manifestación conjunta hasta hoy. Hace dos años,
el 7 de enero de 2012, la marcha por los presos la organizaba Egin
Dezagun Bidea y el PNV no acudió. Según el senador Anasagasti,
«falta el requisito previo y no es más que uno muy sencillo. Que los
presos y sus familias le digan a ETA que desaparezca. Sólo eso». Dos
años después no ha hecho falta que los presos, ni sus familias, ni los
excarcelados por Estrasburgo hayan pedido a la banda terrorista el
anuncio de su disolución para que el PNV secunde a la izquierda abertzale. Fue el auto del juez Velasco, titular del Juzgado Central número 6, el que precipitó la segunda llamada del cartero. El auto era irreprochable en su razonamiento jurídico: la prohibía, no por su objetivo, sino por estar convocada por una organización suspendida por el propio juez Velasco desde septiembre.
El PNV había criticado con dureza las últimas medidas, como la detención del frente de cárceles, aunque no está claro que no celebre, al igual que la izquierda abertzale, el apartamiento forzoso que supone la detención de Arantza Zulueta. Era sorprendente, la irritación del portavoz y consejero Erkoreka: «La prohibición no acallará una reivindicación mayoritaria», dijo Erkoreka, sin reparar en que era muy contradictorio que esa manifestación no era secundada por él, por su Gobierno, ni por su partido.
Ayer, en el hotel Carlton, de Bilbao, donde se formó el primer Gobierno vasco en octubre de 1936, el presidente del PNV, Andoni Ortuzar, viva expresión del desconcierto, comparecía en rueda de prensa (sin preguntas) junto a la izquierda abertzale. La vuelta del pacto de Lizarra, del 9 de enero del 99. Con una diferencia: entonces, EA tenía una relación parasitaria con el PNV. Hoy está con Sortu en sus coaliciones electorales. El cartero llama dos veces. La segunda como farsa, escribió poco más o menos Carlos Marx.
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