miércoles, 2 de octubre de 2013

Padres de la patria

Fuente: El Mundo 30/09/2013 LA CRUZ DEL SUR. Autor: José Antonio Gómez Marín

Padres de la patria
No ha habido suerte en las autonomías a la hora de rebuscar en la Historia un personaje referente del que se pueda hablar como “padre de la patria”. Estos días vemos recrudecida la sempiterna disputa sobre el héroe nacional catalán, Rafael Casanova, quien en última instancia, si hemos de atenernos a la historiografía y no a la propaganda, fue un hasburguista que luchó en la guerra de Sucesión contra los partidarios –también catalanes en parte—de la instauración borbónica, y que fue derrotado, para acabar sus días ejerciendo de abogado, que era lo suyo. En cuanto al País Vasco, sabido es que el peneuvismo ve con desconfianza el interés ajeno por la obra de Sabino Arana, editada por el propio partido pero escondida a buen recaudo, sobre todo tras el repaso irrebatible que le propinó Jon Juaristi en “El bucle melancólico” al poner en evidencia la indigencia ideológica e incluso racional de esa obra. Los andaluces descubrieron un día –a través de Rojas-Marcos y sus pioneros– la figura respetable de Blas Infante, una víctima hasta entonces olvidada del fascismo insurgente cuya obra tampoco resiste una crítica siquiera medianamente severa, aparte de la que personalmente pueda hacérsele al personaje –como la fulminante que le hizo Gustavo Bueno—por sus actitudes personales. No tenemos en esta “nación de naciones” un Cronwell, un Robespierre, un Garibaldi, un imaginario “Infante Perfeito”, un Washington y mucho menos un Sigfrido o un Rolando; nuestros héroes patrios son mucho más modestos y, lo que es peor, mucho más controvertidos. Es verdad que los héroes se cuestionan y hasta se caen, a veces, como ha podido ocurrir en Francia con el Jean Moulin de la Resistencia, pero la norma es que pervivan indiscutidos por la evidencia de sus méritos, espejo mítico en el que se contemplan sus ciudadanos. Y eso, por desgracia, no ocurre en nuestras improvisadas autonomías.
Es posible que esa inviabilidad racional de los “padres de la patria” corra pareja a la que las propias comunidades encuentran a la hora de perfilar sin ambages su identidad, dado que esta suerte de subnacionalismo regionalista no fue menos improvisada que sus símbolos. Que la bandera vasca sea un invento de dos hermanos que recalcaron la inglesa o que el color andaluz sea el verde de los Omeyas son ejemplos que hablan por sí solos. Recordarlo en la hora crepuscular de la nación histórica común me parece que no deja de ser un ejercicio moral y político digno del mayor respeto.

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