sábado, 15 de diciembre de 2012

Aquellos héroes del Alcántara

... me gustaría traer a colación uno de los hechos de armas más heroicos que haya protagonizado jamás ejército ninguno en toda la historia. Me refiero a la carga del Regimiento de Cazadores de Alcántara en 1921.

Como es sabido en 1921 España estaba inmersa en una guerra por la pacificación de Marruecos que era un territorio que en el reparto que las potencias europeas llevaron a cabo en la Conferencia de Algeciras, 1906, le había correspondido, la parte norte, a España. La concesión a España se debió en parte a la posesión en la zona de las plazas de Ceuta y Melilla, desde mucho antes de la formación de Marruecos, y del resto de posesiones ganadas en la guerra de 1859-1861 y también a que los alemanes tenían apetencias sobre el territorio, de forma que la decisión fue encargar del territorio a una potencia neutral como era España.

Después de la I Guerra Mundial se extendió por Marruecos una ola de nacionalismo en contra de la presencia europea en la zona. Francia, consciente de la imposibilidad de atajar esta ola canalizó las iras de los marroquíes contra la presencia española, aclarar que la parte sur de Marruecos era protectorado francés, lo cual era irónico ya que la presencia española era mucho más benévola y de laissez faire que la gala. Prueba de ello es que en asuntos internos, los españoles no quebrantaron el orden tradicional, ni trataron de imponer el sistema español de sociedad ni el idioma, cosa que si pretendieron hacer los franceses.
 
El momento álgido de esta insurrección tuvo lugar en 1921, cuando las tropas rifeñas de Abdelkrim, armado con excedentes franceses de la Gran Guerra, iniciaron una ofensiva generalizada en todo el territorio español. Se sitiaron numerosas posiciones y los renegados levantiscos ocuparon no pocos puestos españoles, en los que, una vez capturados, era práctica común el vejar y torturar, por lo común hasta la muerte, a los españoles que eran tomados prisioneros. La más importante de estas posiciones era de la Annual, mandada por el general Silvestre. Una vez caídos los puestos fortificados que la rodeaban el general dio la orden de evacuar el campamento para que las fuerzas no fueran cercadas y aniquiladas. Ante el deshonor de la retirada, situación a la que se había llegado por algunos errores (sobre todo logísticos) del propio Silvestre, el general se suicidó de un disparo.

La retirada de las fuerzas españolas hacia Melilla comenzó pues mandando la columna el coronel Navarro. La marcha fue penosa siendo constantemente acosados los españoles por los rifeños. El día 23 de Julio las columnas en retirada alcanzan la posición de Drius...donde se encontraban aquellos muchachos de la Caballería.

En Drius se encontraba de forma casual el regimiento de caballería "Cazadores de Alcántara" mandado de forma accidental por el teniente coronel Primo de Rivera. El coronel jefe del regimiento se había desplazado en los días anteriores a Annual y pese a preguntar por el al contingente de desplazados que llegaba en unas condiciones tan penosas, nadie sabía nada de él. Ni tenían mucho interés, era como si una fuerza teleológica impulsara a aquellos desdichados fugitivos a alcanzar Melilla como si un prometido punto final a sus penalidades se tratase.

 
 Oleo de Ferrer Dalmau
Así las cosas Don Fernando Primo de Rivera, no viendo más salida a la situación, reunió a sus jefes y los arengó con las siguientes palabras "La situación, como ustedes pueden ver es crítica, ha llegado el momento de sacrificarse por la patria cumpliendo la sagrada misión del Arma, que cada cual ocupe supuesto y cumpla con su deber". La Infantería se retiraría, la Caballería protegería esta retirada cuanto fuese menester, la suerte de estos 461  valientes del Alcántara estaba echada.

La mañana del día 23 de Julio los 13 cornetas del regimiento formaron un circulo y entonaron los toque correspondientes, los fugitivos sabían que la Caballería Española iba a velar por ellos en tanto existieran como fuerza. Invulnerables al desaliento los jinetes protegieron la retaguardia y los flancos de las fuerzas en retirada hasta que los fugitivos se encontraron en la tesitura de cruzar el barranco del río Igan. El tiempo necesario para cruzar semejante obstáculo hizo que los rifeños consiguieran posiciones de tiro elevadas para batir a los españoles que, lentamente con su impedimenta cruzaban la vaguada. La mortalidad era elevada, los muertos y heridos se multiplicaban por doquier sembrada la destrucción por aquellas balas innobles. Entonces sucedió el Milagro.

Primero, el teniente coronel giró su caballo y dando frente a sus hombres les dirigió aquellas palabras labradas ya en oro en el mausoleo de los grandes de todas las naciones:"¡Soldados! Ha llegado la hora del sacrificio. Que cada cual cumpla con su deber. Si no lo hacéis, vuestras madres, vuestras novias, todas las mujeres españolas dirán que somos unos cobardes. Vamos a demostrar que no lo somos"
Luego sonó el toque de carga y aquellos 461 héroes siguieron a su teniente coronel en la carga de caballería más valerosa de todos los tiempos. Galopando sin vacilar a lomos de sus monturas los cuatro escuadrones de sables de Primo cargaron contra el muro de plomo que ante ellos se alzaba. Numerosos jinetes y caballos perecieron en la primera carga, pero sin tiempo para contarlos las cornetas bramaron de nuevo. Una segunda carga, más valiente que la anterior se produjo contra las organizadas posiciones del moro. Los sables alzados y teñidos de rojo eran sostenidos por los nervudos brazos de aquellos hombre que aquel día ganarían GLORIA imperecedera. Valerosamente aquella ola de honor, valor y carne rompía contra los tiradores rebeldes. 


 
Oleo de Ferrer Dalmau
La mortandad fue enorme en las filas españolas, pero el precio que estaban haciendo pagar a los enemigos era enorme.
A la fatiga inherente a toda carga se unían las dificultades que aquel terreno escarpado presentaba  a la acción de los caballos. Los caballos estaban sudorosos, exhaustos, la abundante sudoración se juntaba en aquellas nobles bestias con la sangre de sus costados provocados por el constante picar de espuelas. Los jinetes, los que quedaban vivos estaban embebidos de furor y patriotismo, y pese a la lastimosa situación del maltrecho regimiento, una nueva carga se realizó contra los marroquíes.

Es de suponer que aquellos rifeños no darían crédito a lo que veían sus ojos, un puñado de españoles, muchos heridos, volvía a cargar contra ellos... ¡Al paso! Efectivamente lector, los caballos fatigados por las cargas anteriores ya eran incapaces de galopar, pero aquellos titanes, envidia de todas las naciones del orbe, volvían contra ellos con los sables levantados.

Aquella tercera carga fue una auténtica carnicería de españoles contra los que disparaban a placer los tiradores rebeldes. En este acto fue donde murieron la mayor parte de los caballos y gran parte de los cazadores del Alcántara. Y milagrosamente, la carga pasó las posiciones moras.

Primo de Rivera, cuyo caballo había muerto en la carga, giró la cabeza y se percató de que el grueso de las tropas españolas a las que estaba protegiendo aun no se había alejado lo suficiente del río, así que con un admirable sentimiento de responsabilidad y camaradería decidió cumplir su deber "hasta el sacrificio total de la fuerza". Y aunque parezca demencial mandó una cuarta carga.

A pie, heridos, a caballo, mancos, tuertos... todo lo que quedaba del regimiento Alcántara se abalanzó contra las fuerzas enemigas que asistían incrédulas a semejante lección de valor y abnegación. Después de esta última carga el regimiento de Cazadores de Alcántara había dejado de existir como fuerza. Pero con aquel supremo sacrificio habían logrado que el grueso de tropas españolas cruzara el río Igam hasta ponerse a salvo.

De los 461 hombres que cargaron aquel día solo 60 sobrevivieron, el teniente coronel fallecería días más tarde como consecuencia de las fatales heridas sufridas en el combate. Aquellos 60 titanes continuaron escoltando a los fugitivos hasta Monte Arruit, teniendo, incluso, que realizar alguna carga más. Allí sería Primo de Rivera amputado a lo vivo de un brazo herido de un cañonazo,"Terminen pronto", le pide a los cirujanos. Como se ha comentado más arriba fallecería de resultas de la gangrena.
De los jóvenes 13 cornetas, apenas unos niños, solo uno regresaría vivo a Melilla.
 
Cuando meses más tardes los españoles reconquistaron el territorio perdido y encontraron la tumba de Primo de Rivera la hallaron sin tierra que cubriera el cadaver. Los rifeños habían desenterrado el cadaver, pero no para ultrajarlo, si no para ver como era aquel hombre que había mandado a  los héroes de Alcántara aquella mañana del 23 de Julio.

Fuente: http://derfflinger1982.blogspot.es/1234635120/

No hay comentarios:

Publicar un comentario