Fuente: Diario de Sevilla 23/04/2015 Autor: Rafael Sánchez Saus
Todos somos nazarenos
A lo largo del fin de semana pasado se celebró en Madrid el congreso internacional Todos somos Nazarenos.
Aunque no queramos enterarnos, estamos a las puertas del primer gran
genocidio del siglo XXI, del que están siendo víctimas al mismo tiempo
las viejas cristiandades orientales y las pujantes africanas. Cada cinco
minutos es asesinado un cristiano por causa de su fe, en noventa países
se persigue o discrimina cruelmente a los cristianos, pero en el
Occidente cristofóbico se prefiere mirar hacia otro lado o explicar el
martirio como resultado de luchas religiosas en las que, por definición,
todos se igualan en la barbarie y el horror. Valgan de ejemplo los
penosos titulares de cierta prensa española esos mismos días,
presentando como un altercado religioso el lanzamiento al mar de
cristianos a manos de musulmanes en uno de esos infernales navíos en los
que masas desesperadas intentan llegar a Europa.
En Todos somos Nazarenos ha sido posible escuchar
testimonios desgarradores de lo que es la vida de nuestros hermanos y
algún día pudiera ser la nuestra. Fue especialmente dura la experiencia
narrada por Essam (Esperanza), la hija de 15 años de edad de Asia Bibi,
la mujer paquistaní condenada a muerte que se ha convertido en símbolo
mundial de la afirmación de su fe por los cristianos perseguidos. Sólo
Cristo los sostiene.
El congreso ha sido ocultado cuidadosamente por una gran mayoría
de medios pese a que asistieron personalidades como la Defensora del
Pueblo, la alcaldesa de Madrid, diputados y otros representantes
políticos. Por supuesto, nadie del Gobierno, lo que se agradece. Más
sorprendente fue, y tal vez motivo de reflexión y hasta de escándalo, la
casi nula presencia de la jerarquía católica, y eso a pesar de que el
patriarca de Antioquía y otros cuatro obispos de Iglesias mártires
participaban en el encuentro. Un obispo auxiliar de Madrid, Martínez
Camino, y el sacerdote Gil Tamayo, portavoz de la Conferencia Episcopal,
no pueden suplir en un congreso así la ausencia del arzobispo Osoro y
de monseñor Blázquez. No puedo explicarme, no puede haber excusa para
que los obispos no hicieran patente en tan alta ocasión su cercanía a
las víctimas más vulnerables del islamismo. Ese desvío no lo compensan
los 250.000 euros que ha donado esta semana la Conferencia Episcopal a
los cristianos de Siria e Iraq.