Fuente: XLSemanal 15/10/2012 PATENTE DE CORZO Autor: Arturo Pérez-Reverte
Aquel malvado y digno Drácula
Se ha mosqueado alguno -son los inevitables daños colaterales de esta
página pecadora- porque hace un par de semanas, choteándome del
lenguaje socialmente correcto, comenté que en eso, como en otras cosas,
los españoles somos cada vez más gilipollas. Y un lector me reprocha que
aplique el adjetivo en términos generales, sin matizar. Eso me recuerda
un viejo chiste. Después de meter la pata en algo, un fulano comenta a
un amigo suyo: «Somos gilipollas». El amigo responde: «No pluralices»; y
entonces precisa el otro: «Bueno, vale, no pluralizo. Eres gilipollas».
Seamos
justos. Aunque España es un lugar especialmente fértil para que toda
estupidez propia o foránea arraigue y se reproduzca gorda, gallarda y
lustrosa, el fenómeno no es sólo de aquí. Sólo somos otra panda de
memos, a fin de cuentas. El fenómeno es internacional. Pensaba en eso
esta mañana, viendo la publicidad de una película. Vampiros buenos y
guapos que se enamoran y tal. Con sus penas y su corazoncito. Quizá es
porque a los de mi quinta los vampiros nos parecieron siempre unos
perfectos hijos de puta, o sea. Murciélagos con pretensiones. Gente
vestida de etiqueta, fea de cojones, que se limitaba a su obligación,
chuparles la sangre del pescuezo a señoras estupendas, habitualmente en
camisón, y no se planteaba sentimientos ni puñetitas a la luz de la
luna. Como mucho, meditaban sobre la soledad del vampiro, la eternidad y
tal, dentro de un ataúd o sentados en una lápida del cementerio; pero
no andaban de guateques, conducían motos o se morreaban escuchando
canciones de Shakira. Por no hablar de los zombis, oigan. Aquellos
muertos vivientes que antes se querían colar en la casa del bueno y
merendarse a la familia, y ahora lo mismo bailan en discotecas que
cuidan de su novia o de su mejor amigo. Zombis y vampirillos
adolescentes, guapitos, imberbes, vestidos así como en Zara, y que
parecen recién salidos del instituto. Los muy capullos.
Si nos vamos a los cuentos para niños y los dibujos animados, ni les
digo. Chorrean mermelada hasta echar la pota. Todo cristo, incluso los
malos tradicionales de toda la vida, es ahora bueno y simpático:
vampiros, ogros, marcianos, magos, asesinos, bandoleros y demás, son de
un entrañable que revuelve las tripas. Hasta las brujas malas -que
además suelen estar anatómicamente potables en sus versiones modernas-
tienen siempre una escena en la que se explica la razón freudiana por la
que la sociedad las hizo perversas como son; e incluso algunas cambian
de bando al final, movidas por la compasión y los sentimientos naturales
en todo ser humano. Etcétera. Y qué decir de los malos de pata negra,
con solera, como los piratas. Eso ya es para no echar gota. Ahora la
única diferencia entre un feroz filibustero del Caribe y un reno de
Santa Claus es que el filibustero lleva un parche en un ojo. Si no me
falla la memoria, el último malo de verdad en una película de dibujos
animados -admirable malo a secas, auténtico, digno, sin mariconadas,
malo como Dios manda- era el capitán Garfio.
Dirá alguno de ustedes que qué pasa. Por qué ha de ser negativo que
los malos sean buenos. Y a eso responde el simple sentido común:
transformar en figuras adorables a todos los personajes que tradicional y
universalmente han venido siendo claves para encarnar el mal en la
imaginación de los hombres, en las fábulas, relatos y ejemplos con los
que nutrimos el imaginario de niños y jóvenes, es escamotear referencias
útiles, símbolos necesarios para identificar el mundo que los aguarda, y
para sobrevivir en él. Un niño, sobre todo, necesita saber claramente
que existen el bien y el mal, e incluso que la misma Naturaleza tiene
sus propias maldades objetivas, intrínsecas. Sus reglas implacables. Y
que, por todo eso, el mundo, la existencia, son territorios imprecisos,
lleno de cosas hermosas pero también de amenazas y enemigos hostiles. De
maldad y negrura. A ver cómo van a enfrentarse después a la vida y sus
brutalidades unos chicos educados en la idea perversa de que todo lo
real o imaginado es bueno, o puede serlo. De que el bien siempre
triunfa, los pajaritos cantan y el mal se disuelve bajo la luz de la
verdad, el amor y la razón. De que hasta los tiburones, los buitres y
las serpientes son bondadosos. De que los malos no existen. Hacerles
creer eso es criminal, pues sentencia a muerte, deja intelectualmente
indefensos, a quienes necesitarán más tarde mucha lucidez y mucho coraje
para sobrevivir en este mundo hostil. En la educación de un niño, la
figura del malvado, la certeza de su negra amenaza, es incluso más
necesaria que la del héroe.