Fuente: Huelva Información 19/12/2014 Autor: Manuel Sánchez Ledesma
Fahrenheit 451
No se puede negar la asombrosa capacidad profética de Bradbury ya que 60
años después nuestra sociedad se parece bastante a la que él imaginó.
"Fahrenheit 451: La temperatura a la que el papel de los
libros se inflama y arde". Así comienza la famosa novela de ciencia
ficción del mismo título escrita por Ray Bradbury en 1953 y
posteriormente adaptada al cine por François Truffaut en 1966. La
historia se desarrolla en un futuro no demasiado lejano en el que el
protagonista, Montag, pertenece a un peculiar cuerpo de bomberos que con
el anagrama F451 inscrito en sus cascos se dedican no a la tarea
de extinguir incendios (las casas de ese momento se supone que están
construidas con materiales no inflamables) sino que tienen la misión de
provocarlos por el procedimiento de quemar cualquier libro que
encuentren.
La razón de la existencia de tan contranatural servicio
público hay que buscarla en que, en ese hipotético futuro, los libros
son considerados objetos indeseables porque, según el gobierno, leer
llena de angustia a los ciudadanos y les impide ser felices al
obligarlos a reflexionar sobre la realidad que les rodea, en
consecuencia, el trabajo de Montag y su patrulla es encontrar los
libros, rociarlos con petróleo y quemarlos con diligencia y eficacia sin
cuestionarse en ningún momento el por qué de lo que hacen.
Tras una dura jornada laboral ejerciendo de cualificado
pirómano, Montag llega a casa donde le recibe sin demasiada efusividad
su esposa, una mujer que se pasa el día mirando ensimismada la pantalla
de televisión que ocupa toda una pared del salón de la casa y que, al
parecer, le proporciona todo el entretenimiento y la información que
necesita. Será el casual encuentro con otra mujer lo que le hará
cuestionarse su manera de vivir y despertará en él su curiosidad sobre
los libros que quema. El bombero siente una atracción instantánea por
Clarisse (papel encarnado por nada menos que por una Julie Christie en
el esplendor de su belleza justo después de haber dado la réplica como
Lara a Omar Sharif enDoctor Zhivago). De ella aprenderá el motivo
por el que los libros son tan temidos por los gobernantes: "leyéndolos,
las personas querrían pensar por sí mismas".
Convencido, ya sea por la solidez de los argumentos de la
chica, ya por sus encantos corporales o por ambas cosas a la vez, el
bombero reniega de su vida incendiaria y termina abandonando a su mujer
que está completamente absorbida por esa sociedad enfermiza al punto de
ser ella misma quien decide denunciarle a las autoridades. Así Montag un
día se sorprende al ver que la tarea de su patrulla es quemar su propia
casa. Descubierto, el ya ex bombero pasa a la clandestinidad, se
reencuentra con Clarisse y entra a formar parte de los "hombres-libros"
un grupo de personas que habiendo logrado burlar a la ley, se aprenden
un libro de memoria -cambiando incluso su nombre por el del libro y su
autor- al objeto de conservarlo sin caer en el delito, esto es,
reinventan la tradición oral de los pueblos primitivos ya que aunque se
quemen todos los ejemplares de una obra, su contenido se perpetuará para
conocimiento de las futuras generaciones de insurrectos contra el
sistema a través de los "libros vivientes".
No se puede negar la asombrosa capacidad profética de
Bradbury ya que apenas 60 años después, nuestra sociedad se parece con
bastante exactitud a la que él imaginó: hedonista, infantilizada y
conformista. La televisión ocupa el lugar principal en las relaciones
familiares y es a través de ella, como los ciudadanos obtienen la
información y el entretenimiento que los poderes públicos consideran
oportunos. Es el mejor de los instrumentos políticos ya que cumple con
extrema eficacia el triple objetivo para el que se programa: adormecer
las conciencias, crear opiniones favorable a los poderes instituidos y
controlar a las masas. Sin embargo, en el asunto de los libros el
novelista americano se quedó corto ya que si bien acertó de pleno al
profetizar que en el futuro se leería muy poco y se pensaría menos;
sobrestimó al hombre común al considerar que sería necesario que los
gobernantes cercenaran o, al menos, entorpecieran las posibilidades de
acceder a la cultura y el conocimiento puesto que, en caso contrario, la
gente -se supone que ávida de saber- se podría instruir y rebelarse
contra el orden establecido.
En realidad no ha sido necesario quemar libros porque lo
que están haciendo es "quemar" nuestras neuronas. Han bastado unos
cuantos años de escuela "moderna y progresista" para que un elevado
porcentaje de niños (españoles) terminen el periodo escolar adoleciendo
de una total falta de comprensión lectora, es decir, no entendiendo ni
jota de lo poco que leen porque algo tan vital como la lectura que
antaño se fomentaba obligando a los alumnos a leer en voz alta en clase
(amén del pertinente dictado diario) hoy es considerado un asunto
secundario frente al objetivo principal de adoctrinar a los niños con
asignaturas como Educación a la ciudadanía que les preparará para ser
"buenos ciudadanos" en el sentido políticamente correcto de la
expresión.
Si a este "entontecimiento" de la enseñanza le sumamos el
encandilamiento producido por las novedades tecnológicas que permiten
que la gente se entretenga sin discurrir; resulta bastante lógico que el
simple hecho de abrir un libro se convierta en una penosa tarea que
pocos individuos están dispuestos a emprender. La esclavitud intelectual
es mucho más sofisticada que la descrita por Bradbury. No es que el
Estado no quiera que piensen sus súbditos, son estos los que abominan de
tener que realizar una actividad tan engorrosa y aburrida. Ni siquiera
es necesario destruir los libros -es más, cada año se publican más
títulos- las autoridades son conscientes de que no hay peligro... nos
acercamos diligentemente a nuestro grado óptimo de idiotización: "Twiter
te hace pensar que eres sabio; Instagram que eres fotógrafo y Facebook
que tienes amigos... El despertar va a ser muy duro.